Hoy por primera vez desde que tengo uso de razón me comí una chuchería dentro del vagón del metro. Confieso que me sentí un poco culpable. Una de las normas es que no debe consumirse nada dentro del servicio público. Mis padres siempre me lo recordaban.
Me entró un ataque de ansiedad, terrible, y dieciocho estaciones me separaban de casa. Bien, hubiese podido disfrutar mi antojo antes de entrar a la estación o llevármelo pero tenía mucha hambre. Me encontraba en Catia. Pero en estos tiempos por mucho que me conozca la zona ya no me siento segura en ningún lado, por eso la idea de quedarme afuera comiendo no me animaba.
Entré al vagón, me senté y abrí mi bolsita de Maní mix. Al cabo de cinco minutos, la chica que está sentada a mi lado comienza a observarme...termino de comer, enrollo bien el envoltorio y lo guardo en mi bolso.
-¿No vas a botarlo en el suelo?- me pregunta, ella.
-No. ¿Por qué habría de hacer eso?
-Bueno, todo el mundo lo hace.
-Pues, fuera del "todo el mundo lo hace", supongo que existe por lo mínimo un 5% de la población que no hace eso. Yo entro en ese pequeño porcentaje.
-Sí, pero igual estás rompiendo la regla. Se supone que no deberíamos ingerir alimentos dentro del metro.
-Cierto. Pero te estoy demostrando que sí podría ser posible convivir sin esa regla. Sería bueno que cada quien ingiera lo que quiera y luego boten los desechos donde corresponde, en la basura.
-Sí. Pero todos no somos iguales.
-Por supuesto que no. Pero esos pequeños detalles hacen la diferencia entre un país del primer mundo y otro del tercer...algo tan simple cómo cuidar los espacios que habitamos. Esas pequeñas cosas son parte importante de la evolución de un país. ¿No?
Llegué a mi lugar de destino. Me levanté y antes de salir del vagón, volteé, ella estaba allí sonriéndome. Era una sonrisa que me daba la razón y al mismo tiempo reflejaba esperanza.
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